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Anaranjado: Obra de "Rosa Mª Gallego" |
Algunas emociones como el miedo, la culpa y el resentimiento
deberían ser manejadas con cautela, para no albergarlas
demasiado tiempo en nuestro interior y
darles cabida sólo para sentirlas cuando se producen y dejarlas marchar, una vez hemos procesado la información que
nos traen. De no hacerlo nos exponemos a su toxicidad,
que podría repercutir física o psicológicamente. Es bueno sentir las emociones,
pero tenemos que aprender a gestionarlas.
Estas tres emociones deben ser observadas cuando
emergen, ver que las ha provocado, responsabilizándonos y tomando nota sobre
las verdades que nos traen y ver si nos
invitan a realizar algún cambio, pero sin olvidar soltarlas cuanto antes. Para
ello será necesario no alimentarlas demasiado
con nuestro diálogo interno ni externo, para no crear un ancla.
El resentimiento crea un ancla en el
pasado que se alimenta y crece con la
crítica. Cada vez que recordamos un resentimiento, nos conectamos con su toxicidad, así que
mejor dejarlo marchar. Eliminarlo de nuestra memoria.
Muchas veces el
resentimiento está relacionado con nuestro orgullo, con nuestra personalidad.
Si dejamos de personalizar todo lo que nos acontece en nuestras
relaciones, aprendemos a aceptar la
realidad de los otros, a no formarnos expectativas y asumir que no somos el centro del universo,
podremos disminuir los resentimientos. Eso sí, siempre cribando que situaciones
y personas son las que nos convienen, para nuestro bienestar; pero sin estar en
pie de guerra con ellas por sus acciones. Si algo no nos gusta, lo expresamos
para ver si se produce un cambio, marcamos nuestros límites y en última
instancia, si la cosa no mejora, siempre podremos alejarnos.
La
culpa posee una toxicidad, que en grado extremo nos carcome
por dentro y no nos deja descansar. Es una mala compañera, se lleva la paz y en
ocasiones puede mermar la autoestima. La culpa debería no durar más de 10 minutos,
el tiempo suficiente para reciclar los hechos, atender lo que nos dice nuestra
conciencia y efectuar los cambios necesarios, para evitar en el futuro el mismo
resultado. Recordar que somos humanos y estamos aquí para aprender de
nuestros errores. Cada día es una página en blanco por escribir y empieza una
nueva oportunidad para hacerlo mejor. Es posible que cometamos equivocaciones,
nos caemos y nos levantamos de nuevo; aprendemos de nuestras experiencias.
Para evitar la toxicidad de
esta emoción es importante estar alerta y no dejarse perseguir ni
aprisionar por sus sermones.
En
cuanto al miedo puede reflejar una falta de confianza. También puede
producir un estado de alerta. Nos pone a la defensiva, a la expectativa para que
tengamos cuidado con lo que tenemos que enfrentar, ya se trate de una situación
o una persona. No hay que evitarlo, es bueno escucharlo y ver que esconde o que
información nos quiere transmitir. Con él ocurre lo mismo que con las dos
anteriores emociones, que ya hemos comentado, es bueno verlo, pero no
alimentarlo con nuestra imaginación. Ver si se trata de un miedo palpable del
presente o proyectado en el futuro. Los miedos del futuro se pueden erradicar
centrándonos en el aquí y el ahora, concentrándonos minuto a minuto; tomando
las medidas necesarias de previsión y haciendo cuanto está en nuestras manos,
pero sin contaminar el presente con una imaginación negativa. No adelantemos
acontecimientos y pongamos nuestra energía en la confianza y esperanza. Lo que
el futuro nos deparará, ya lo veremos; pero que no se nos escape el presente
paralizados por el miedo. El futuro se construye con las energías del día a día
y el factor destino. No podemos controlarlo todo, pero si podemos aprender a
tener una actitud positiva y confiar en la vida, que es nuestra maestra.
El miedo en las relaciones:
si en una relación hay miedo, habrá que examinar que lo provoca. Tendremos que
distinguir si es un miedo del presente o uno que se revive del pasado o si son
miedos que nos ocasiona una determinada situación o persona.
En el primer caso tendríamos
que trabajar nuestros miedos internos del pasado, afrontarlos y liquidarlos. En el segundo trabajar
nuestras inseguridades. Por último, si se tratara
de una persona en particular,
estudiaremos cautelosamente la situación, incluida la persona -ya que quizás nuestra intuición quiere
hablarnos a través de ese miedo-. Nos tomaremos el tiempo necesario para
discriminar si se trata de una relación tóxica; si ese fuera el caso no
olvidemos tomar cierta distancia interior, cuando tratemos con ella. En casos
extremos, si vemos que están destruyendo nuestra autoestima y nuestros límites,
cortar por lo sano la relación. Donde no hay respeto, no puede afianzarse la
confianza. Donde hay miedo, no puede haber amor, porque no puede fluir.
Aprender a gestionar
nuestras emociones nos aportará más paz a nuestras vidas. No olvidemos, que
como todo aprendizaje, nos llevará tiempo para poder realizarlo con soltura,
pero lo importante es empezar.
Recomendable
es, sobre este tema, el libro “La Sabiduría de las Emociones” de Norberto Levy.