jueves, 13 de febrero de 2014

El artista como explorador : al encuentro de nuevos caminos





Dicen que para ganar hay que arriesgar… Para hallar nuevos caminos en el arte también  tenemos que arriesgar…  olvidar lo conocido y partir de cero en cada creación. Experimentar constantemente, estar abiertos, receptivos a lo que el cuadro quiere comunicarnos. Algunas veces ocurre que estamos tan obcecados en una idea de lo que queremos conseguir, que nos cerramos al diálogo del cuadro y al mismo tiempo negamos la propia personalidad  de la obra que quiere  nacer. ¿Cómo nos podemos dar cuenta de ello? Pues en alguna ocasión me ha ocurrido estar pintando sobre el cuadro colores perfectamente compatibles y al mirar el  cuadro ver que este los está rechazando. Esto parece bastante absurdo, pero así es. Lo miras, lo vuelves a mirar, no lo entiendes… pero percibes que el cuadro quiere otros colores. ¿Cuáles? Pues no lo sabemos, ahí está el enigma de la cuestión. Aquí comienza un proceso de búsqueda: pruebas un color, después otro… y así tantas veces hasta que algo en tu interior te dice que  está mejor. Tengo que decir que me he encontrado con algún cuadro que realmente ha sido muy caprichoso, en cuanto al color se refiere y que me ha costado mucho ajustarlo a sus necesidades y en algún que otro, me he quedado a medio camino, sin conseguirlo.

Otras veces al ir escuchándole, mirándole… nos hace rectificar su estructura o composición, no importa, lo que haga falta. Si hay que rectificar se rectifica una vez o las que sean necesarias. Este proceso también se repite en composiciones que han sido poco elaboradas en boceto y al estar poco estructuradas e inacabadas, porque quizás la idea todavía no ha madurado del todo, se producen más cambios que en otras ocasiones para poder rehacerlo, dejando alguna que otra cicatriz, de alguna que otra operación de rectificación. Tengo cuadros que si los miras muy de cerca las percibes y en otros hasta podrían tocarse con la mano por su relieve. Este efecto puede agravarse más si la rectificación resulta insuficiente y finalmente derruimos su estructura aprovechando tan sólo unos pocos rasgos iniciales,  por ser sus trazos más gruesos o por tener ya varias capas de rectificaciones. También las personas tras el paso de la vida  vamos acumulando cicatrices, bien sea en el cuerpo o en el alma; así que tampoco debemos valorarlas como algo feo, sino como un proceso que ha sido necesario para salvar o hacer madurar nuestra obra.

El artista explorador no sabe bien que es aquello que busca, pero si sabe distinguir  cuando lo que tiene delante no le satisface y ahí empieza su andadura de constantes cambios en un mismo cuadro, en un hacer y deshacer constante y a veces compulsivo y obsesivo hasta que queda  satisfecho del resultado que obtiene o se rinde porque siente que ya no puede ir más allá. Muchas veces llega al límite y la obra que tiene entre manos se debate entre ser acabada o derruida por una versión o tema nuevo, de mejor resolución. Es un inconformista nato, pues no se conforma con el primer resultado si en sus entrañas algo le dice que se puede mejorar y es un rebelde, porque se rebela ante las dificultades que le ofrece la obra y lucha con todas sus fuerzas por salvar cada una de ellas.

Ni que decir tiene que esta forma de abordar el trabajo es muy laboriosa, ya que algunas veces antes de finalizar una tela, esta ha vivido en si misma cuatro o cinco versiones, a veces bastante diferentes unas de otras. También requiere valor. Sí, valor para cuando después de mucha lucha  se llega a un resultado aceptable - pero no siendo  todavía satisfactorio-   se va en busca de lo desconocido, sabiendo que se arriesga a perder todo el esfuerzo que ha invertido hasta aquel momento y que no es poco.

El artista explorador pocas veces queda satisfecho totalmente, pero finaliza sus obras porque reconoce sus límites y sabe que obra tras obra su arte mejora y para ello es importante empezar otras. Es alguien que sin saberlo ni proponérselo quizás pueda abrir nuevos caminos.


 

sábado, 8 de febrero de 2014

Cuentos que sanan




El elefante rosado: cuento de "Rosa M. Gallego".


Podemos leer  o escribir cuentos  para nutrir nuestra alma. Los escribimos simplemente porque nos gusta y disfrutamos haciéndolo, porque quizás tenemos facilidad para ello; pero también podemos hacerlo  para  atender nuestros sentimientos  y sanar heridas emocionales. Los cuentos son narrados con mucha simbología que conecta directamente con nuestro subconsciente y también con nuestra alma. Muchas veces  los cuentos exponen un problema y finalmente  nos narran un desenlace feliz, que traerá paz  y comprensión a nuestro niño interior. En mi caso puedo decir que me gusta escribir cuentos desde que era bien pequeña, pero desde hace unos años me he dado cuenta que también pueden aplicarse para realizar arte-terapia, con muy buenos resultados. Pueden ayudarnos a traspasar crisis emocionales y atender nuestros sentimientos de una forma constructiva.

Dentro de nuestro niño interior existen sentimientos muy fuertes que necesitan ser  liberados, acogidos, comprendidos, esclarecidos para poder trascenderlos y  poder ofrecerles su maduración.  El cuento nos permite exagerarlos cuanto nos sea necesario –ya que nuestro niño herido en ocasiones puede ser muy dramático- y poder procesarlos mientras lo vamos escribiendo.  No hay censura, todo es posible, gracias a su lenguaje simbólico. La magia que tienen los cuentos nos hacen  potenciar  también nuestra fe en nuestros sueños y en la resolución de los problemas. Nos dan energía para allanar obstáculos.

Podemos narrar la historia de un cuento  para encontrar  un desenlace que va ser  el bálsamo para cicatrizar alguna que otra herida emocional. En un cuento no hay límites, como en la realidad, todo es posible y el desenlace está en nuestras manos.

Los cuentos pueden ser escritos de forma espontánea e inspirada, sin tener un argumento de antemano o bien podemos empezar a escribirlos siendo conscientes de que queremos resolver un problema concreto,  que lo traduciremos en símbolos. En esta segunda opción empezamos a escribirlo exponiendo lo que sentimos, sin saber cuál será su final, pero sobre la marcha nuestro subconsciente e inspiración nos ayudarán a resolverlo de forma inesperada y al mismo tiempo sorprendente. Este tipo de narración va a ser al leerlo como una medicina, que nos irá cicatrizando la herida. Podemos releerlo tantas veces como necesitemos y si sentimos  cierta paz al hacerlo, significará que está actuando en nosotros positivamente. Será como una medicina.

Pueden ser también una herramienta en psicología: pueden ayudar a detectar o resolver traumas olvidados y de los cuales sólo se tenga su sintomatología, haciéndolo de una forma sutil, indirecta y actuando directamente en el subconsciente.

A parte de la belleza y magia que encontramos en los cuentos antiguos: la Cenicienta, la Blancanieves, Alicia en el País de las Maravillas… hay también mucho psicología traducida en símbolos que nos recuerdan de forma encubierta y alegórica grandes verdades, que nuestro subconsciente captará al leerlos conectándolos con nuestra esencia. 

Los cuentos también nos sirven para transmitir valores y potenciar las buenas cualidades humanas, para que las recordemos. Nos hace apreciarlas y nos invita a practicarlas. También nuestros hijos se beneficiarán de escuchar estas narraciones. Recordar que conectan con la ternura de nuestro niño interior.


Por último nombrar y rendir homenaje desde aquí a Walt Disney, por toda su obra y por la ternura que supo transmitir en sus producciones.

Sí alguien sintoniza con los cuentos o la poesía le invito a leer mi blog: www.poesiadesdelalma.blogspot.com