viernes, 31 de julio de 2015

LIBERARSE DE LA FRUSTRACIÓN: aceptar lo que es






Al igual que a nivel interno es mejor no pelearnos con lo que vamos viendo, sino que es mejor observar sin juicios, a nivel externo ocurre algo parecido.


La frustración nos puede visitar cuando no conseguimos los objetivos propuestos, cuando no se cumplen nuestras expectativas, cuando vemos recortados nuestros derechos, cuando surgen impedimentos a los actos que queremos realizar… Básicamente podríamos resumirlo como un deseo truncado o la pérdida de algo que teníamos y  valoramos.


Cuando el resultado no es lo que esperábamos tenemos sólo dos opciones: aceptarlo y analizar las causas de forma objetiva o frente a la decepción sentir frustración y quedar enredados en la subjetividad negativa de los hechos. Está claro que la mejor opción es aceptarlo, ya que no generaremos espirales mentales negativas, sino que tan sólo sentiremos la emoción como energía pura, pero al no personalizarla negativamente, su duración será corta. Nos hará reflexionar sobre los hechos y tomar nota de posibles mejoras si las hubiera. 


Aceptar que las cosas son como son, nos sitúa en una posición que evitará el desgaste energético y nos dará capacidad de adaptación a la realidad de la situación, de una forma más constructiva y resolutiva.


Si nos peleamos con lo que es podría mermar nuestra autoestima, producir matices depresivos o ansiedad.


Durante el proceso de maduración como persona, nos encontraremos con el aprendizaje de sobreponerse a la frustración: ya no nos servirá quejarnos ni culpabilizar, sino que siendo conscientes de una determinada situación, nos sobrepondremos haciendo una valoración de los elementos presentes y ver  si es posible mejorarla haciendo algún cambio o sencillamente sólo aceptarla y saber adaptarse.




domingo, 5 de julio de 2015

HACER LAS PACES CON UNO MISMO: aceptar para transmutar





Hacer las paces con uno mismo significa no pelearse más con las cosas que vemos dentro de nosotros. No pelearse con el cuerpo, con las enfermedades, no pelearse con el ego, no pelearse con las emociones, los pensamientos, el dolor de nuestro niño interior… aceptar  de entrada cualquier cosa que aparezca en nuestro campo de consciencia. Aceptar es no huir de aquello que tenemos delante, es afrontar, verlo. Aceptar es no entrar en estado de rebelión, no escapar cuya acción y rechazo tan sólo lograrían engrandecer nuestra sombra propia y colectiva. Aceptar es ver sin condenar, pero eso no conlleva la resignación ya que buscamos una transformación en nosotros mismos para crecer y evolucionar.


Hacer las paces con nosotros mismos es ponerse en el papel de un detective e ir viendo y siguiendo pistas en nuestro interior, para ver todo aquello que debe ser transmutado. Es revivir  parcelas de pasado que la memoria trae  a nuestro presente, para liberar las energías atrapadas que conllevan y más tarde extraer cierta información que nos ayudará a crecer. Cuando esto ocurra será recomendable no implicar en nuestros recuerdos dolorosos a quienes nos rodean, ya que esto entorpecería o retrasaría su liquidación y podría crear más confusión y podría alargar el período de malestar; mejor estar solos frente al dolor y dejar que aquellas energías nos traspasen, sin retenerlas ni rechazarlas, para que puedan desvanecerse. Hay que liberar energías, depurar creencias y cambiar conductas; si no oponemos resistencia el tiempo de liberación será corto, pero si nos peleamos o identificamos demasiado con lo que aparece y sentimos, podemos quedar atrapados en una duración más larga y agravada por mayor confusión. La aparición de ciertos recuerdos nos pone delante viejas estructuras, como para ser revaloradas y procesarlas o desecharlas. Nos obliga a elegir entre lo que estamos construyendo en el presente o volver a viejos hábitos antiguos, con las consecuencias que estos implican. Nos muestra lo viejo frente a lo nuevo y, en este punto, tenemos que elegir aquello que nos sirva para avanzar positivamente. Parece que la progresión conlleva una cierta regresión que nos obliga a revisar experiencias, actitudes, creencias del pasado,   para asegurarnos de que no quedase algo aprovechable, algo que todavía nos sirviese en el momento actual. Estas regresiones, que no son agradables de revivir, también tienen la función de traernos información de como se han formado y que consecuencias nos produjeron, de alguna forma están poniendo luz, para comprender nuestro pasado y trascenderlo conscientemente. Cuando atravesamos una crisis en nuestro interior se están produciendo cambios que están desmoronando viejas creencias, que ya no pueden sostenerse y hay que armarse de suficiente paciencia  para saber moverse en terrenos movedizos y mantener un mínimo equilibrio –el que nos sea posible, mientras aprendemos a diferenciar y separar lo sutil de lo denso.   


En ocasiones si la tempestad interna es muy intensa, quizás tengamos que buscar ayuda, porque el naufragio nos haya dejado sin asideros y nos sintamos a la deriva. Todo dependerá de la fortaleza que nos quede en aquellos momentos.


La mente humana alberga mucho dolor interno, parte individual, parte colectivo. Este dolor está formado por experiencias dolorosas reales, pero también por creencias erróneas y mentiras que nos hemos creído y aceptado como verdades, que nos hacen sufrir.


Hacer las paces con nosotros mismos es ir creando una parcela de paz en nuestro interior, que poco a poco se va ensanchando y ganando terreno hasta elevar nuestro nivel de consciencia, para conectar con nuestra sabiduría interna.