Al igual que a nivel
interno es mejor no pelearnos con lo que vamos viendo, sino que es mejor
observar sin juicios, a nivel externo ocurre algo parecido.
La frustración nos puede
visitar cuando no conseguimos los objetivos propuestos, cuando no se cumplen nuestras expectativas,
cuando vemos recortados nuestros derechos, cuando surgen impedimentos a los
actos que queremos realizar… Básicamente podríamos resumirlo como un deseo
truncado o la pérdida de algo que teníamos y valoramos.
Cuando el resultado no es
lo que esperábamos tenemos sólo dos
opciones: aceptarlo y analizar las causas
de forma objetiva o frente a la decepción sentir frustración y quedar enredados
en la subjetividad negativa de los hechos. Está claro que la mejor opción
es aceptarlo, ya que no generaremos espirales mentales negativas, sino que tan
sólo sentiremos la emoción como energía pura, pero al no personalizarla
negativamente, su duración será corta. Nos hará reflexionar sobre los hechos y
tomar nota de posibles mejoras si las hubiera.
Aceptar que las cosas son como son, nos sitúa en una posición que
evitará el desgaste energético y nos dará capacidad de adaptación a la realidad
de la situación, de una forma más constructiva y resolutiva.
Si nos peleamos con lo que
es podría mermar nuestra autoestima, producir matices depresivos o ansiedad.
Durante el proceso de
maduración como persona, nos encontraremos con el aprendizaje de sobreponerse a la frustración: ya no nos servirá
quejarnos ni culpabilizar, sino que siendo conscientes de una determinada
situación, nos sobrepondremos haciendo una valoración de los
elementos presentes y ver si es posible
mejorarla haciendo algún cambio o sencillamente sólo aceptarla y saber adaptarse.