Es ese amor que te
transforma.
Es ese amor que te hace
amar con comprensión.
Es ese amor que en
contadas ocasiones sentimos en nuestros corazones.
Es ese amor que no pide nada
y no excluye nada.
Es ese amor que está más allá
de lo humano.
Es ese amor que con su
silencio y su paz dan clarividencia a quien acaricia.
No encontraremos el amor
incondicional razonando o pensando sobre él. Este tipo de amor no se encuentra
en la mente. Está en nuestro corazón. Así, que para poder conectar con él,
tendremos que buscar puertas que creen esa conexión.
El amor incondicional
empieza por uno mismo: aceptarse y respetarse. Cuando aprendemos a realizarlo,
por extensión lo aplicaremos a los demás sin esfuerzo.
Una puerta para conectar con la energía del amor incondicional es: abandonar los juicios, para
sí mismo y para los demás, y sustituirlos por la pura aceptación.
Todo juicio crea un
espacio de separación, dependerá del tipo de juicio el tamaño de esta
separación, pero aunque fuera pequeña ya crea una cierta distancia por la que el amor se esfuma. La separación no puede abrazar el amor, es como el agua con el
aceite, no pueden unirse. Donde hay juicio hay ausencia de energía amorosa. Si
somos capaces, poco a poco, de darnos cuenta de que cada vez que juzgamos
creamos separación, iremos dando menos importancia a los juicios que nos
lleguen de otros y también iremos abandonando el hábito propio de juzgarlo todo
y a todos, porque esto nos aleja de la energía amorosa, que en lugar de
condenar, ejerce la comprensión de los hechos.
El amor incondicional
tiene amplitud de visión y ve a las personas de forma más global, no se queda
sólo con sus comportamientos o sus reacciones. Sabe que bajo las creencias,
hábitos y conductas egóticas de todo ser humano habita un alma que está
esperando unirse con las fuerzas espirituales, aunque no todos seamos
conscientes de este deseo.
La
segunda puerta es: el perdón.
El perdón nos permite poco
a poco conectar con la energía del amor incondicional, hasta que llega el punto en que
por pura amplitud de miras y comprensión, vemos que no tenemos nada que
perdonar: pues tan solo vemos actos de la inconsciencia de la imperfección de
la naturaleza humana.
La
tercera puerta es: el desapego.
Desapegarse del pasado, de
la historia personal, de viejos hábitos o conductas insanas, de los
victimismos, de creencias negativas que no nos dejan avanzar… de todo lo que ya
no nos sirve para avanzar. Desapegarse para convertirnos en seres libres que
irradian amor.