Hacer
las paces con uno mismo significa no pelearse más con las cosas que vemos
dentro de nosotros. No pelearse con el cuerpo, con las enfermedades, no
pelearse con el ego, no pelearse con las emociones, los pensamientos, el dolor
de nuestro niño interior… aceptar de entrada cualquier cosa que aparezca
en nuestro campo de consciencia. Aceptar es no huir de aquello que tenemos
delante, es afrontar, verlo. Aceptar es no entrar en estado de
rebelión, no escapar cuya acción y rechazo tan sólo lograrían
engrandecer nuestra sombra propia y colectiva. Aceptar es ver sin condenar,
pero eso no conlleva la resignación ya que buscamos una transformación en
nosotros mismos para crecer y evolucionar.
Hacer
las paces con nosotros mismos es ponerse en el papel de un detective e ir
viendo y siguiendo pistas en nuestro interior, para ver todo aquello que debe
ser transmutado. Es revivir parcelas de pasado que la memoria trae
a nuestro presente, para liberar las energías atrapadas que conllevan y
más tarde extraer cierta información que nos ayudará a crecer. Cuando esto
ocurra será recomendable no implicar en nuestros recuerdos dolorosos a quienes
nos rodean, ya que esto entorpecería o retrasaría su liquidación y podría crear
más confusión y podría alargar el período de malestar; mejor estar solos frente
al dolor y dejar que aquellas energías nos traspasen, sin retenerlas ni
rechazarlas, para que puedan desvanecerse. Hay que liberar energías, depurar creencias y cambiar conductas; si no oponemos resistencia el tiempo de liberación será corto, pero si nos peleamos o identificamos demasiado con lo que aparece y sentimos, podemos quedar atrapados en una duración más larga y agravada por mayor confusión. La aparición de ciertos recuerdos nos pone delante viejas estructuras, como para ser revaloradas y procesarlas o
desecharlas. Nos obliga a elegir entre lo que estamos construyendo en el
presente o volver a viejos hábitos antiguos, con las consecuencias que estos
implican. Nos muestra lo viejo frente a lo nuevo y, en este punto, tenemos que
elegir aquello que nos sirva para avanzar positivamente. Parece que la
progresión conlleva una cierta regresión que nos obliga a revisar experiencias,
actitudes, creencias del pasado, para asegurarnos de que no quedase algo
aprovechable, algo que todavía nos sirviese en el momento actual. Estas regresiones, que no son agradables de revivir, también tienen la función de traernos información de como se han formado y que consecuencias nos produjeron, de alguna forma están poniendo luz, para comprender nuestro pasado y trascenderlo conscientemente. Cuando atravesamos una crisis en nuestro interior se están produciendo
cambios que están desmoronando viejas creencias, que ya no pueden
sostenerse y hay que armarse de suficiente paciencia para saber moverse en
terrenos movedizos y mantener un mínimo equilibrio –el que nos sea posible, mientras aprendemos a diferenciar y
separar lo sutil de lo denso.
En ocasiones si la tempestad interna es muy intensa, quizás tengamos que buscar ayuda, porque el naufragio nos haya dejado sin asideros y nos sintamos a la deriva. Todo dependerá de la fortaleza que nos quede en aquellos momentos.
La mente humana alberga mucho dolor interno, parte individual, parte colectivo. Este dolor está formado por experiencias dolorosas reales, pero también por creencias erróneas y mentiras que nos hemos creído y aceptado como verdades, que nos hacen sufrir.
Hacer
las paces con nosotros mismos es ir creando una parcela de paz en nuestro interior,
que poco a poco se va ensanchando y ganando terreno hasta elevar nuestro nivel
de consciencia, para conectar con nuestra sabiduría interna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario